Me ha entrado curiosidad por conocer más de la obra del fallecido Bernard Frank (sin «c») después de leer este artículo de Jean François Fogel, que a su vez se lamenta de no haber hablado más de él: “Bernard Frank, sin «C», era lo mejor que se podía leer en Francia sobre la literatura francesa. Me explico: no decía nada sobre los libros publicados hoy en día en Francia. Le bastaba hojearlos para producir frente a su lector un movimiento perfecto de huida hacia los clásicos y hacia el menú de sus restaurantes favoritos. Sus relecturas del siglo XIX eran un caldo sabroso. No era un periodista, era más bien el gerente de las nostalgias francesas (la gran potencia que ya no es Francia, la gran literatura que ya no vemos en los autores contemporáneos), lo que justifica el malestar en el momento de su muerte para explicar la naturaleza de su trabajo. Incluso en su propia revista no lo podían presentar como un periodista que habla de nuestro mundo, más bien como una pieza de una época, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en Francia era posible pelearse con Sartre y beber cócteles con Françoise Sagan sin cambiar de barrio en París. Sagan fue la gran amistad de su vida. Una amistad de fanáticos de la literatura. Algo mucho más simpático que el negocio Sartre-Beauvoir.” Frank