Sin entrar en consideraciones políticas, no puedo hacer menos que compartir el romanticismo ensoñador con el que José Steinsleger evoca al recientemente fallecido Marcus Wolf, ex jefe de los servicios secretos de la antigua Alemania Oriental: “El mundo ya no depende de los informes ilustrados del galés Lawrence de Arabia, el checo moravo Alois Musil, el alemán Richard Sorge, el polaco Leopold Trepper y tantos espías que a más de sentarse de espaldas a la pared para escudriñar cuanto ocurría alrededor, peleaban convencidos de su causa y con particular atención en la conducta humana en situación límite.
Si en los países ricos el espionaje devenido en «posmoderno» se caracteriza por el reclutamiento de auténticos analfabetos de la historia, en los países pobres es un pitorreo. Todo lo contrario de lo que creía Wolf, quien entendía el trabajo de inteligencia en tanto análisis profundo de los procesos políticos, económicos y sociales. «Luego vienen las bellas mujeres seduciendo a hombres importantes, las intrigas permanentes, las trampas y presiones de todo tipo. Todo esto existe, pero no es lo fundamental»”. Espías eran los de antes