Tengo la sensación de que los que estamos aprisionados en esta telaraña cibernética somos poco capaces de mirar hacia afuera. Hablamos y reflexionamos como si todo el mundo estuviese dentro, con nosotros, y la realidad es que ni siquiera en el primer mundo eso es así. Por eso cada vez me parece más evidente, al menos por ahora, que el mundo digital sólo amplia la brecha entre los pudientes y los carentes. Por eso recelo, como Carlos Alonso Romero, de los proyectos como el que quiere fabricar ordenadores baratos para el tercer mundo: “La idea de proveer de ordenadores personales de baratillo a los niños de África me resulta parecida a la idea de regalarles collares con cuentas de plástico. Una puta broma macabra y occidental. ¿Serán ricos con cuentas de plástico? No, pero en su inocencia, podrán jugar a que lo son. ¿Mejorarán algo con ordenadores de cien euros? No, pero en su inocencia, podrán imaginarse ingenieros de altos vuelos.” Un ordenador personal… ¡por caridad, bwana!.