Jesús Gómez Gutiérrez tuvo que plantarse ante la falta de espacio en sus librerías, así que tomo la decisión de que si entraba un nuevo ejemplar, debía salir otro para hacerle sitio: “Las primeras víctimas fueron los textos de palabras y asuntos irrelevantes; cosas de periodistas que se olvidan a los dos meses, cosas de sociólogos, politicólogos, filósofos y lingüistas de inanidad parecida. Había acumulado bastante basura de ese tipo, alrededor de trescientos ejemplares, y disfruté de meses de apocalipsis, cargados de razón y de justicia, mientras el mar entregaba los muertos que tenía y la muerte y el Hades entregaban los suyos y cada uno obtenía un juicio acorde a su obra. Cuando se acabó el primer nivel de morralla y tuve que elegir el segundo, me atuve a la costumbre clásica en mis propios gustos y cargué contra la novela. Un tercio de los tres mil. Cientos de páginas que no encontraron ni buen corrector ni buen editor ni una patada a tiempo. Una ingente lista de candidatos a la expulsión que todavía me dura.” Vidas de papel.