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Vida máquina, muerte humana

Juan Varela rebosa sentido común y humanidad al abordar el problema de la eutanasia, otra vez en primera línea de información por el caso de una enferma crónica y degenerativa que solicita que la desconecten del respirador artificial: “Inmaculada aún tiene voluntad y puede expresarla. Quedaría sin ella si su respirador se apaga. El artículo 15 de la Constitución consagra: «Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes».
En esa situación se ve Inmaculada, encadenada a una máquina sin su consentimiento. Degradando su vida a una tortura inmóvil y sin esperanza.
«El interés y el bienestar del ser humano deberán prevalecer sobre el interés exclusivo de la sociedad o de la ciencia», dice el Convenio europeo relativo a los derechos humanos y la biomedicina.
Inmaculada tiene voluntad. Ha pensado. No es una decisión rápida ni a la ligera. Sola, sin final, en su mismidad, quiere morir.
Deberíamos respetarlo. Es su radical libertad.” Vida máquina, muerte humana.

Marcos Taracido | 25/10/2006 | Artículos | Derechos Civiles

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2006-10-25 20:05

    El caso de Inmaculada incorpora una variante más, y es que no únicamente solicita ser desconectada del respirador sino además se le libre de la agonía de morir por asfixia (ya que su enfermedad le impide valerse de su musculatura torácica).

    En este sentido, la noticia referida en El País, aclara: “aunque tendrían que ser instancias médicas las que decidieran si se le aplica un anestésico o sedación para evitar el dolor que ello le produciría”.

    Adicionalmente Inmaculada quiere evitar la vía judicial por ser excesivamente larga, y aquí vaya un capón de atención al poder judicial, que si ya de por sí es lento, esta “injusticia” judicial se agrava cuando cada día de demora el reclamante vive un calvario.

    En consecuencia la infortunada reclama que sea el poder administrativo la que le permita morir y le facilite además un tránsito digno.

    La petición es, en ética, razonable, pero los mecanismos no pueden ser tan automáticos, porque, para empezar, la administración civil no puede obligar a un médico a usar sus conocimientos para un fin que puede ser contrario a su conciencia.

    La tragedia de Inmaculada es ser un “agujero legal” en sí misma, pero del que ella no es culpable. Tal vez en estos casos la sociedad tendría que mirar para otro lado y dejar que se cometa una piadosa ilegalidad; no seamos hipócritas: ya se mira muchas veces para otro lado en casos mucho menos sangrantes.


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