Rafael Marín continúa con su historia del cómic en España y se adentra en la década de los ochenta: “Salvo algunas honrosas excepciones ya mencionadas en capítulos anteriores, el nuevo comic que triunfa en España se escuda en la estética y no en la narrativa. Son tebeos generalmente bien dibujados, pero con nulo guión. El dibujante, cualquier dibujante, se considera capacitado para tirar hacia adelante y perpetrar una historieta, siempre que haya colores vistosos y, a ser posible, alguna chica en paños menores o alguna situación escabrosa que contar de modo epatante. Las revistas logran estilizar su fórmula y acaban presentando mes tras mes el mismo material obsoleto y repetitivo, las insulsas historietas de siempre bajo dos tapas diferentes y, lo que es peor, negando o denigrando el material que produce el vecino. No es extraño que, agotado el cupo de la sorpresa, la endogamia temática acabara por pasar factura a todas ellas. Si en el pasado la excusa de la censura dio pie a obras herméticas y pseudo-trascendentes, ahora es la no menos terrible excusa de la “libertad creativa” la que hace que los dibujantes, españoles y extranjeros por igual, confundan con la pintura la narrativa gráfica, expresión más o menos acertada que algunos han utilizado para definir el comic.” Los cómics en España: naufragio en tiempo real.