El botellón. Lo veo más bien como algo que ocurre en la ciudad en la que los jóvenes están excluidos de la participación en la economía, en las artes, en la política, en la construcción de la ciudad como tal. Y no trato de excusarlos: el botellón es el gregarismo de los impotentes. También lo llaman incivismo. Pero, ¿qué actitud cívica se puede esperar de la gente que no puede participar activamente en la civitas? Ahora, en Valencia, le han echado el problema a la policía: violencia contra los que no tienen voz, lo mismo de siempre. Este es otro discurso que por culpa de los árboles no ve el bosque: Jesús Civera: “Tengo un amigo en el barrio del Carmen que casi se ha vuelto loco. Lleva años llamando a la policía todos los fines de semana, o en sus antesalas, para que intente disuadir a los jóvenes que practican el botellón bajo su ventana. La policía acude o no acude. En cualquier caso, se muestra impotente. El botellón continua a las pocas horas, o se renueva la noche siguiente. Se cuentan por miles los vecinos de Valencia afectados por un fenómeno que las autoridades han visto nacer, crecer y reproducirse sin encararlo en su justa medida o mostrar más preocupación que la derivada de la rutinaria y leve aplicación de las ordenanzas represivas: quizá un apercibimiento, tal vez una multa. Ahora las autoridades están desbordadas. Suele suceder. Las manifestaciones sociales—y ésta vulnera el derecho de muchos ciudadanos—hay que advertirlas, analizarlas, estudiarlas y corregirlas. Desde sus inicios.” Ahora resulta que el botellón los desborda.