José Luis Alvite, Dos copas y un buda: “Mi amigo desconoce de mí casi las mismas cosas que yo ignoro de él, pero nos conocemos bien nuestros silencios y sabemos que no hay maldad entre nosotros. Somos amigos, ya te digo, y si en un arrebato me estampase un puño en la cara, lo encajaría sin rechistar, a sabiendas de que seguramente se habría tratado de un espontáneo y pedagógico golpe sin doblez, uno de esos puñetazos que solo se les da a los mejores amigos. Una madrugada discutimos muy acaloradamente y faltó poco para que llegásemos a las manos. Nos acercamos tanto el uno al otro, que mi aliento le devolvía a la boca el suyo. Cuando solo era previsible lo peor y sin que mediase palabra, nos fundimos en un abrazo del que casi tuvimos que salir forcejeando. El barman acercó un par de copas, mi amigo hizo el gesto de pagar y yo me adelanté porque sé que, por cosas de la vida, al corazón de mi colega marroquí no le responde el bolsillo. Así son las cosas cuando aprecias a una persona de la que apenas sabes cuatro cosas. De mi amigo marroquí conozco las manos y los sueños, y sin embargo, ignoro sus pesadillas y su letra, del mismo modo que jamás creí necesario saber su apellido.”