Que Valencia siempre ha sido provinciana, nadie que la conozca lo niega; pero ahora parece que empieza a cambiar la cosa. Lo demuestra el siguiente comentario de Jesús Civera: “Desengañémonos. Los que están comprando arte contemporáneo a los pintores y escultores de aquí —y también a los de allá— son los constructores, los promotores o como demonios se denominen esos empresarios que levantan casitas. Y los que apoyan o financian los museos en una inaudita labor de mecenazgo sin referentes en el tejido industrial valenciano son los mismos que urbanizan las costas y los montes. ¿Eso es bueno o malo? Pues al menos resulta indicativo. Por aquí, los empresarios del ramo productivo, o fabril, nunca han abierto vías de patrocinio, y menos de tutela o protección, en los centros culturales, salvo algún despistado, laureado con honores de capitán general. Los terratenientes valencianos, y los capitalistas de medio pelo, se quedaron varados en Sorolla —ya se me entiende— y el sector manufacturero apenas expresó flirteos con la modernidad. Los promotores de hoy provienen de esa encrucijada y quizás mantengan una conciencia agrarista y unos métodos sujetos a su estructura, pero desde luego compran vanguardia. ¿Se debe el fenómeno a la díscola y versátil moda o enfatiza el comienzo de una transformación que acaso se prolongue? El respaldo a las iniciativas artísticas es revelador e insólito. Y ha destapado, por reacción, las vergüenzas de industriales de gran pedigrí.” Los promotores, con el arte y el mecenazgo.