José Luis Alvite, Corazones con hígado: “Nuestra felicidad depende con frecuencia de la contemplación de la obra de hombres sin esperanza y sin alegría, tipos confusos y a menudo solitarios que miraban con angustia la luz mientras se le comían los ojos los cuervos. En Edgar Allan Poe, la deslumbrante y sobrecogedora belleza de su escritura disimula con una brillante capa de luz el amargo sabor de sus vómitos y aquella alucinada soledad a la que murió abrazado en un callejón en el que la deslumbrante brisa del baile solo de vez en cuando entraba a mear. Scott Fitzgerald alcanzó fama y dinero, disfrutó de la vida hasta que a su boca se le volvió amargo el sabor del dulce y solo salió de aquella delirante borrachera de de jazz y sombreros para identificar en el espejo los malgastados rasgos de su cadáver, cuando ya no era posible dar marcha atrás y vivir como un hombre corriente, como cualquiera de los millones de hombres y mujeres que disfrutaron leyendo las historias que le ocurrieron a aquel triunfante hombre de mundo cuyas manos mismo parecía que estrenasen cada día el sudor, el tacto y el peso liviano, verde y acurrucado de los tibios polluelos del dinero.”