Alejandro V. García: “Este sometimiento a las disciplinas corporales no es en sí mismo bueno ni malo. Es una opción: ahí están, en el lado del espíritu, los cartujos y las carmelitas descalzas. El cuidado del cuerpo es una fe con sus dioses y sus demonios. Entre estos últimos se encuentran el colesterol, la obesidad, la hipertensión y el tabaco, por citar a los principales, pero después hay una larga relación de diablos proficientes que es necesario rechazar como si fueran ligeros pero tenaces embaucadores. No creo que haya ninguna otra fe en nuestra descreída sociedad que haya convencido a tantas personas para que acepten privaciones, ayunos o martirios: todo para ganar la gloria indecisa de una expectativa de vida más larga. El cuidado físico sería una religión perfecta si no estuviera mediatizada por los contables: rara es la apología de la salud perfecta que no va precedida de un balance de todos los millones que cuestan al Estado y a las empresas los enfermos que han llegado a esta condición por propio descuido. De este modo nace un concepto nuevo de impenitente: el enfermo como culpable, como si la decadencia física fuera una responsabilidad moral de cada uno.” La nueva fe.