Leí algunos libros de Naguib Mahfuz hace muchos años, y me había impresionado no sólo el mundo arrabalero que describía, sino su capacidad para por un lado alejarse de los personajes para no mancharlos y por otro el inmenso cariño y delicadeza con que los trataba; después le perdí la pista por completo hasta esta semana en que me enteré de su muerte. Aquí les dejo uno de sus relatos, El traje del prisionero: “El Buche, el cerillero, llegaba antes que nadie a la estación de Al Zagazig cuando iba a pasar el tren. Recorría los andenes incomparablemente ligero, ojeando a los clientes con sus ojos pequeños y expertos. Si alguien hubiese preguntado al Buche por su trabajo, el Buche habría echado pestes de él. Porque el Buche, como la mayoría de la gente, estaba harto de su vida, descontento con su suerte. Si hubiese sido dueño de elegir, habría preferido ser chofer de algún rico y vestir ropa de efendi y comer lo mismo que el bey y acompañarle a sitios selectos en todo tiempo, una manera de ganarse la vida que parecía diversión, placer. Tenía además otros motivos particulares y razones sutiles para desear un trabajo como aquel; lo deseaba desde un día en que vio cómo el Fino, el chofer de uno de los Importantes, paraba a la Nabawiya, la criada del comisario, y la requebraba, descarado y seguro.”