El ejemplo del trasiego de Jesús Gómez por las casas de Madrid en que ha vivido puede ser un buen ejemplo de cómo anda el mundo inmobiliario y del poco interés (perfecta la palabra) del Estado en sus distintas jerarquías por el patrimonio y el bienestar: “Aquella casa fue excepcional en mi lista de domicilios. Me enamoró a primera vista, con su inacabable pasillo de losetas rojas; la tarima oscura, casi negra, del salón; vistas a la sierra desde los dos balcones y a un patio interior en el extremo opuesto. Pero el primer día en que nos quedamos a solas, lo supe: nos queríamos como esculturas de mármol, ojos en blanco y admiración sin piel. Yo no le perdonaba su orientación a poniente, y ella me replicaba con su humor de invierno, cuando dejaba los siseos y las voces suaves y adoptaba un tono duro, a veces un grito, en sus crujidos y sombras.
Fueron meses de emociones fuertes, que terminaron con una de las situaciones más injustas que me ha tocado vivir. Fuera libros, discos, todo. Cuando nos despedimos, me regaló su mejor luz matinal. Luego, se ensañaron. Bajaron los techos, tiraron las puertas y los muebles del siglo XIX, arrancaron la tarima y las baldosas, callaron su voz y la dejaron presentable para quintuplicar el precio. Perfectamente nada, igual que tantas. Todavía tengo la llave de la puerta principal; la llevo siempre en el bolsillo, una llave extraña, casi hoja de navaja.” Casas.