Eduardo Alonso: “Eran viajes de salón, en las tardes de domingo, por el territorio incierto de la memoria. A eso de las dos se sentaban a la mesa ataviados con alguna prenda de recuerdo: un sarape comprado en Chihuahua, una chilaba o la varonil falda escocesa que don Alfonso se ponía sin nada debajo, como Sean Connery. Tras la comida típica—siempre indigesta—se acomodaban en el sofá con el pasaporte a mano acribillado de cuños aduaneros y releían el diario que él había escrito en su día con pulcritud de acta notarial, aunque con malicia de buen tertuliano de casino. Cada viaje, un cuaderno, y cada cuaderno se ilustraba con postales, fotos, billetes de avión, entradas de museos y facturas de hotel guardados con afición de urraca. Estos viajes en el tiempo solían interrumpirse al atardecer por la llegada de una hija con los nietos alborotadores.” Viajes de salón.