Salvador López Arnal, Inteligencia para una buena vida: Del decir, del hacer y del decir haciendo: “Se trata, pues, de educar, de formar, de dar alimento a nuestra inteligencia ética, como educamos nuestra inteligencia racional o nuestra inteligencia emocional. ¿Cómo conseguirlo? Sugiero un decálogo breve que tiene como características básicas el ser absolutamente provisional, tentativo y, lo confieso, algo trivial:
1. Favorecer, ayudar, contribuir al surgimiento de ambientes de convivencia donde “el mal” y sus afines no siempre nítidos, no se trivialicen ni sean moneda corriente. Ello exige: a) cambios consensuados en los esquemas y en las estructuras familiares. b) Un ambiente laboral que haga pensar a los ciudadanos, a los trabajadores y trabajadoras, que son seres vivos con dignidad, no máquinas con habla articulada. c) Vindicación de tiempo no laboral. Problema acuciante que navega impetuoso y sin apenas resistencia en dirección contraria: la esclavitud moderna y sus múltiples efectos sociales y morales. [...]
5. Fomentar la discusión moral en escuelas, institutos y facultades, sin situarla como “alternativa” a otras materias. La información que no formación religiosa, de enorme interés cultural, debería impartirse de forma transversal. La educación ética no es alternativa a la creencia religiosa como la biología no es una alternativa al creacionismo. Seguramente, los jóvenes estudiantes deberían saber quienes son, o qué papel representan, Zeus, Júpiter o Mahoma, o comprender, si ello fuera posible, el asombroso dogma de la Inmaculada, pero de ahí no infiere ni puede inferirse ninguna instrucción específica en ese ámbito. ”