En el siglo XVI, en pleno auge del conocimiento y la ciencia, un cirujano y médico de reyes, Ambroise Paré, publicaba un libro sobre monstruos y prodigios en el que se hace eco de animales como el Camphurch, una especie de ciervo anfibio con abundacia de pelo en el cuello y pies de gallina, o dab acrédito a la historia de un niño en cuya espalda habitaba una serpiente que lo carcomía poco a poco. Alejandro Polanco Masa se hace eco de otro científico, Edward Topsell, cuya Historia de las bestias cuadrúpedas y las serpientes pretendió ser un manual de zoología en el que el unicornio o las esfinges convivían con rinocerontes o elefantes: “Camellos gigantescos, hipotótamos sanguinarios, esfinges inteligentes, preciosos unicornios… el mundo parecía un lugar imposible de abarcar, en verdad lo era para las gentes de la época, plagado de tierras inaccesibles en las que todo podía ser posible. El libro de Topsell consiguió gran éxito, se reeditó durante décadas y alegró la vista y la imaginación de muchas generaciones, pero no mucho después, la botánica y la zoología sistemáticas comenzaron su andadura y desterraron al mundo de los sueños y la fantasía a los unicornios, lamias, gorgonas y demás extraños animales que, se suponía, podía uno encontrarse en tierras australes o incluso más allá.”