El sistema educativo chileno se rige todavía por una Ley de Augusto Pinochet. Los estudiantes han decidido poner fin a ese lastre y sus protestas (toma de colegios, manifestaciones…) están poniendo en jaque al Gobierno y despertando a la población. Betzie Jaramillo hace un completo análisis del fenómeno: “La propia escenografía en que se desenvuelve la educación pública tiene el aspecto de los restos de un naufragio. Salas frías, techos con goteras, sillas desvencijadas, baños apestosos, puertas rotas, contribuyen al desánimo. «No hay plata», gritan las municipalidades que tienen a su cargo estos establecimientos cochambrosos. «Apenas tenemos para pagarles a los profesores», dicen los alcaldes. La paradoja se vuelve cruel cuando el Estado no tiene ninguna posibilidad de destinar fondos a mejoras en los colegios públicos porque eso sería «competencia desleal» con los particulares subvencionados. Y la miseria acarrea más miseria en una espiral depauperada y contagiosa que deprime por igual a alumnos y profesores. Y a los padres no les queda otra que aguantar, y no son pocos los que llevan su pobreza con culpa por no poder ofrecerles nada mejor a sus hijos.” Soltando amarras. [Ref.: ND]