Creo recordar que la primera vez que lloré por un artilugio fue por un reloj que me regaló mi tío. Mi primer reloj; me lo puse, y salí a correr como un poseso, y diez minutos después estaba hecho añicos. Ahora reconozco con no soy demasiado sentimental con los aparatos, pero entiendo perfectamente la elegía de David de Ugarte a su ordenador: “Ahora que ha muerto y que como a los personajes de Ubik, le queda tan sólo un hilillo vital, lo justo para un último adiós, lo que me queda es clonar sus datos, hacerle un fantasma desde la línea de comandos y llevármela a un nuevo soporte físico.
¿Cuando muere un ordenador? ¿Cuando se pierde su software, esa ordenación única de ceros y unos en rejilla? ¿Cuando los circuitos dicen que no dan más? Me gustaría creer que un ordenador es en realidad tan sólo su fantasma, que moviendo sus datos conservaré a Eliza. Pero sé que no.” Ahora que Eliza ha muerto