Hay algo de catarsis en las celebraciones multitudinarias, deportivas casi exclusivamente, pero no sólo. Parece como que la soledad diaria, el apartamiento lento y sistemático de la tribu, de la vida en común, se supliese con estos actos comunitarios puntuales, estas orgias en las que abrazarse, tocarse y compartir algo, por estúpido que sea, redime. Baltasar Porcel habla de estas nuevas multitudes: “¿No fue la fiesta tradicional la expresión anual de alegría en interrelación de una colectividad? Como lo eran las efemérides religiosas o patrióticas, formas de intensificar la unión masiva de los adeptos. Pero todo esto se había debilitado mucho al compás de la libertad e independencia individuales, ¿por qué esperar la víspera del santo patrón para bailar si puede hacerse sin cesar en cualquier discoteca? ¿Y a qué atribuirle un halo erótico si las costumbres permiten el sexo a granel? Sin embargo, el ciudadano barcelonés y metropolitano se echa a la calle como nunca, hasta olvida la sacralizada televisión, y estos días se han llenado Sant Jordi, la Feria de Abril, los partidos y desfiles del Barça, las salidas de fin de semana «pese a su creciente mortandad», la carrera del Corte Inglés y, como culminación, la Red Bull Air Race.” Las nuevas multitudes.