Ayer fui a la ópera, y el espectáculo fue lamentable; pero no el operístico, digno en su modestia de recursos, sino el de las gradas: a algún ¿bienintencionado? docente se le ocurrió llevar a medio colegio al teatro, y lejos de utilizar el evento para inculcar en los alumnos el respeto por el trabajo de los demás, la atención al espectáculo o las mínimas normas y roles entre la relación actores y público, los niños actuaron sin ningún tipo de control ni autocontrol: grababan con móviles de última generación (¡niños de 9 ó 10 años!) no el escenario, sino a sus compañeros; silvaban, se burlaban de los cantantes, se mandaban constantes SMSs y, en el mejor de los cosas, un murmullo de coro amortiguaba toda la función: ni una sola vez se levantó un profesor para impedirlo o llamarles la atención. Aunque no me parece el caso (si estaban quemados, ¿por qué llevan a los alumnos a la ópera?), dejo aquí el artículo de Manuel-Luis Casalderrey, Profesores quemados en el que comenta que un 17% en Secundaria y casi un 26% en Primaria de la enseñanza gallega piden bajas por depresión: “La principal medida de la Administración educativa gallega consistirá en reforzar las competencias de la inspección médica para perseguir fraudes. El rábano por las hojas. No digo que no haya fraude. En todos los colectivos humanos hay personas para todo. Pero deberían analizarse las causas de la existencia de tanto profesor quemado y tratar de solucionarlas.”