Quim Monzó: “Hay por ahí —rodeándonos, conviviendo con nosotros— un submundo de androides con los chips mentales mal conectados. Nos los cruzamos en la calle, nos apretujamos con ellos cuando cogemos el metro o el autobús, y a veces rozamos su brazo en el supermercado al alargar nosotros el nuestro para coger del estante un paquete de arroz o una lata de sardinas. Visten normal —con traje y camisa, con blusa y falda o con chándal lolailo y una cadena al cuello— y hasta tal punto parecen humanos que incluso ellos han acabado por creer que lo son. Pero no es así. Son muchas y variadas las situaciones en las que se descubre que la capacidad de razonar les resulta desconocida y, en cambio, tienen desarrolladísima la baba de protección mutua que segregan unos sobre otros, sobre todo cuando —con sus brumosas conexiones cerebrales— creen que un extraño reprende a sus vástagos. En los androides, la comunión entre padres e hijos adquiere dimensiones enfermizas. Por su inseguridad emocional —fruto de su condición de máquinas— tienen el concepto de paternidad mal entendido y suplen su incapacidad para educar a los hijos (porque ellos mismos no fueron educados) con las ganas de demostrar al mundo cómo los quieren. ¡Ay del profesor que suspenda al hijo de un androide, porque el padre se presentará en la escuela y se liará a tortazos con él! ¿Cómo va a suspender a su perla? A su perla se la aprueba y punto.” Amor de madre.