Si no fuese trágico sería para partirse de risa: en Afganistán, ya saben, ese país liberado de las garras del mal para implantar una democracia amiga, han estado a punto de ajusticiar a un hombre por convertirse al cristianismo; y si finalmente no lo han hecho ha sido por entresijos legales y triquiñuelas de última hora. Alberto Piris: “Me atrevo a sospechar que el problema no está en la elección entre islam y democracia, cosas sin duda incompatibles entre sí, por mucha fiebre «multiculturalista» que se padezca. La raíz del conflicto está en la propia esencia de las religiones monoteístas. Como expone con brillantez el filósofo y escritor francés Michel Onfray, en su última obra traducida al castellano («Tratado de ateología», Anagrama), las tres tienen una especial aversión a la plena libertad del individuo, pues ésta le permitiría conocer los mitos y engaños en los que aquéllas se sustentan. Y afirma: «Una mirada a la historia basta para comprobar la miseria y los ríos de sangre vertidos en nombre del Dios único».” Ese lejano Afganistán.