Rodrigo Fresán, Armar y desarmar: “La naturaleza de los juguetes «su precio y grado de sofisticación» probablemente sea el primer contacto que tienen los niños con la diferencia de clases. [...] Pero lo importante era que Lego (y afines) era un juguete diferente, mutante y mutable y que se reinventaba con cada nuevo entusiasmo efímero o pasión duradera. Los Lego eran una especie de organismo que absorbía la última película o el último libro y trataba de emularlos aún sabiendo que esto era imposible. Pero en el desafío estaba la gracia y la aventura de —comprendiendo la imposibilidad de la reproducción perfecta con unas pocas variedades de piezas angulares y la ocasional y casi exótica curva— superar al modelo original. Cuando jugábamos con Lego —intuitivo juguete sin instrucciones, libre albedrío— éramos un poco dioses: creábamos y destruíamos, armábamos y desarmábamos y, cada noche, recogíamos los restos del día y los guardábamos en una caja grande que se iba nutriendo de dosis de pequeñas cajitas. Porque nuestros mayores lo tenían bien claro: regalar Lego era regalar el universo.”