Enrique Cabrera: “A España le pesa su historia y el status quo que, intereses creados incluidos, el tiempo ha ido estableciendo. Y como la mayoría ve bien seguir el compás de la tradición (subsidiar nuevas obras que habiliten más agua), el político no encuentra razones para resistir el encanto de la política de siempre. Sobre todo porque, al permitir una legislatura ejecutar las obras prometidas, propicia el lucimiento en el corto plazo. Pero como en las regiones de mayor estrés hídrico el equilibrio es frágil, las tensiones afloran a la menor perturbación. Bien la sequía que nos preside, bien Bruselas. Porque los vientos que desde allí soplan anuncian el final del subsidio del agua. Así consta en la directiva marco y así lo impondrá el final de los fondos europeos que tantas obras hidráulicas han financiado.
Urge, pues, educar al ciudadano. Hay que decirle que desde el pasado no conviene mirar el futuro. Y además explicarle lo que más le importa, lo que afecta a su bolsillo. Porque si bien el agua es un maná que viene del cielo, su correcto manejo comporta costes que el usuario debe asumir. Con todo, la educación debe comenzar en el político local a quien su fobia a modificar las tarifas del agua no le impide aprobar, cuando privatiza la gestión del servicio, un impuesto de legalidad dudosa. Hablo de los millonarios cánones que la industria del agua paga a los ayuntamientos cuando se les concede el suministro. Quienes así actúan posiblemente ignoran que están haciendo una política de agua para hoy y sed para mañana.” Agua y cultura.