A veces créanme que tengo ganas de abandonarlo todo, absolutamente todo, y dedicarme a la vida contemplativa. Imagino entonces que me paso el día leyendo, y me veo siempre con un libro en las manos de Zane Grey o uno, cualquiera, de ciencia ficción: nunca he vuelto a leer con tanta devoción ni gozo como cuando leía a Asimov o a Clarke. Rafael Marín perfila el subgénero Steampunk, una ciencia ficción retrotecnológica y de ambiente victoriano: ” Niebla y vampiros, detectives y laboratorios fantásticos, hombres- elefante y cazadores de cabelleras, dinosaurios y escritores diletantes, psiquiatras vieneses y seres artificiales hijos del relámpago y la redoma, destripadores de personalidad múltiple y francachelas reales, máquinas del tiempo e invasiones marcianas, la estética del cobre, el remache y el carbón… Dentro de la literatura fantástica lo hemos bautizado como steampunk, pero a poco que se escarbe en las raíces de tan peculiar movimiento en seguida llegamos a la conclusión de que sus fronteras narrativas no se ciñen a lo victoriano, ni el tipo de historias que se cuentan tienen por qué adoptar el consabido matiz fantástico (ni, ya puestos, por qué constreñirse al ámbito literario, como veremos). Quizás, como género, ha existido camuflado desde siempre, y sólo la huida romántica de la ciencia ficción hacia la época de sus orígenes ha cargado de parámetros culturales lo que, en la evolución de la narrativa humana, ha sido asimilado a un concepto mucho más amplio como el folklore.” Mitohistoria.