Fernando Hiraldo: “Efectivamente, en el suelo había un precioso mirlo macho. Negro, con su pico anaranjado y el plumaje ahuecado, se resistía a dejarle el territorio en discusión al vencedor que con su plumaje liso le acechaba escondido entre la hiedra. Le expliqué a nuestro amigo que eran cosas de la primavera y el amor, y que el pájaro estaba bien. Mis razonamientos y sobre todo el vuelo vigoroso y rápido del supuesto enfermo, lo convencieron. Le expliqué que hasta hora no se había detectado un sólo caso en que un humano hubiera sido infectado por un ave silvestre. Por otra parte, dado el estrecho y reiterado contacto que parece necesario para que el virus pase de ave a humano, la mayoría de nosotros, incluidos los que como yo trabajamos con aves silvestres, no corremos peligro, aunque debamos ser prudentes y atender a las recomendaciones de las Administraciones. Nos despedimos amigablemente y le di las gracias por el aviso. Camino de mi despacho pensaba que quizás, entre todos, estábamos provocando una excesiva alarma respecto a la gripe aviaria. ¿Nos estábamos precipitando y adelantándonos a problemas que quizás no lleguen?” Estemos alerta, no alarmados