Mariano Amartino comparte su miedo a una sociedad absolutamente controlado en la que la información personal sea una mercancia y el anonimato un sueño: “¿hasta qué punto puede llegar la capacidad de determinar nuestros perfiles por los organismos gubernamentales?
Ni hablar de la amenaza de que las autoridades deleguen el manejo de esa información en manos de un tercero. Una fallida iniciativa del gobierno argentino, por ejemplo, buscaba archivar por diez años toda forma de comunicación electrónica realizada en el país. La idea era que los proveedores de servicio (por ejemplo, Fibertel, Uol Sinectis o CTI) guardasen “por las dudas” los registros de los sitios visitados, los correos electrónicos envíados o los llamados telefónicos realizados, con la esperanza de que pudieran brindar pistas sobre crímenes eventuales en el futuro. Patético, mediocre, pero, sobre todo, peligroso.”
La ilusión de la privacidad.