Anualmente alrededor de cincuenta mil galgos son eliminados en España: un ejemplo de hasta dónde llega la soberbia humana, y en particular de nuestra españolísima idiosincrasia. José María Romera: “Cuando los galgos envejecen y dejan de ser útiles para la caza, sus propietarios los ahorcan en los árboles o les prenden fuego a fin de evitar su identificación y eludir las sanciones. Las fórmulas para deshacerse del animal han alcanzado cotas de extremo refinamiento. Algunas tienen nombre, como la conocida por «el pianista». Consiste en colgarlos del cuello a la altura justa para que rocen la tierra pero no puedan apoyarse en ella. Las patas traseras ejecutan entonces una danza desesperada y macabra alrededor de la cual los palurdos se solazan cruzando apuestas entre risas y tragos de vino. Esa diversión es el último servicio que el galgo presta a la crueldad humana.” Galgos.
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