Digamos que el discurso de Juan José R. Calaza tiene un aire ranciote del que él mismo no podría renegar, y su crítica lo es al PSOE y su progresismo de salón, crítica que yo comparto aunque me temo que desde posiciones bien distintas. Veamos: “Paralelamente a la sumisión política, la sociedad, incluida buena parte de la sociedad de derechas, se ha acostumbrado a un arte hostil, decadente y manipulador. Si queremos liberarnos de su tiranía, y de rebote quizás también del buenismo político, hay que condenar sin ambages el arte contemporáneo (AC). Estas dos iniciales, AC, son insidiosamente liberticidas, vacuas, burocráticas. Fue Marcel Duchamp quien, sin quererlo verdaderamente, dio el tono al AC. Su Ready-made fontaine (el famoso urinario), expuesta en 1917, anunciaba la ambición de ruptura con el arte moderno. El AC, en tanto categoría estética, no rechaza ningún material o técnica, desde los vídeos a las instalaciones, y propone un género nuevo de expresión: happenings o performances. Pero lo curioso es que los artistas que lo profesan se han convertido en funcionarios en manguitos a la caza de subvenciones de las distintas administraciones (¿les recuerda algo?), lo cual no impide que chantajeen e insulten constantemente con ínfulas revolucionarias.” El arte contemporáneo como síntoma.