Es curioso el silencio sobre la invasión de Afganistán. Y hay silencio por complicidad: todos la apoyaron (hablo de Gobiernos) estúpidamente, para no herir el dolor de las víctimas del 11s, maravillosamente explotado por su Gobierno. Esa invasión rompió con muchas normas y moldes de la teoría de la paz y la guerra —¿fueron los talibanes quienes atacaron Estados Unidos? ¿Remitió algo el terrorismo internacional después de la caída de los talibanes?— y se hizo con total impunidad para los invasores, que remataron la faena atacando Irak esgrimiendo excusas que hoy está demostrado que fueron eso, mentiras y manipulaciones para justificar la guerra. A pesar de ello, se mantiene la impunidad: no hay, como sucede, por ejemplo, con Siria y su magnicidio en Líbano —o con la exigencia a Irán de que cumpla tratados internacionales que no se le hacen cumplir a Israel— investigaciones de la ONU, ni sanciones, ni castigos… lejos de ello se forjan ya las alianzas para el siguiente ataque. En Kant, Irak y la paz democrática Juan Gabriel Tokatlian hace un interesante análisis de estos acontecimientos a la luz de la filosofía kantiana sobre la paz.