Hace tiempo era un impenitente subrayador de libros, y lo hacía como se hacen esas cosas: con devoción místico-religiosa. Hasta que un día, ojeando un libro ya leído, empecé a pararme en todas las frases y fragmentos subrayados y me pregunté ante todos por qué lo habría hecho; no hallaba, años después, motivo alguno para haber subrayado frases tan tontas o anodinas, o simplemente poco significativas. Ahora rarísima vez mancho un libro. Enrique Bustamante, Subrayado: “Curiosamente, los dos o tres ejemplares que han sufrido las cicatrices del subrayado dejaron, en mi biblioteca, un vacío justificado. Ahora, sorprendentemente, comparten espacio con calmantes, excitantes, hipnóticos y ansiolíticos en un lugar destacado de mi voluminosa botica. Cada línea, sobre un párrafo machacado, ha pasado a cumplir una decidida labor terapéutica, siendo numerosas las ocasiones en que vuelvo para encontrarme con palabras ya visitadas con anterioridad.”