Yo no sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero a mí los economistas me parecen esos brujos de tribu de las viejas películas, que cuando viene un forastero, o alguien con una nueva idea, sienten que su prviliegio peligra y empiezan a predicar el fin de todo lo conocido, incluido el mundo. Javier Ponce opina algo similar: “Un escritor inglés afirmaba que la diferencia entre el animal y el hombre es que el primero solo conoce códigos congelados, repetitivos, para comunicar el hambre, el dolor, el frío o el cariño; mientras el segundo cuenta con un lenguaje vivo, que se desenvuelve y se construye en el diálogo, en la relación con el otro. Y esa economía que, de tan pragmática, acaba convertida en fórmulas abstractas, parece manejar únicamente códigos. Palabras convertidas en mitos congelados en el vacío: competitividad, estabilidad política, seguridad jurídica, inversión externa, austeridad fiscal. Son apenas códigos que no participan del lenguaje vivo, que se manejan como principios congelados en el tiempo, irreversibles, indiscutibles. Tan indiscutibles, que ni siquiera admiten diálogo, lecturas vivas, distintas. Y cuando estas aparecen, ellos anuncian la catástrofe.” Los economistas mancos.