Quizás no seamos conscientes, o lo sifucientemente conscientes, de lo que significa que un texto escrito hace cientos, miles de años, siga siendo leído. Un edificio, un templo, se mantiene por la solidez de su estructura, por la pericia —y al suerte de no ser objetivo en las guerras— de sus arquitectos y hacedores. Sin embargo un texto —oral o escrito— ha de luchar con su fragilidad, con su caducidad material para soportar el paso de los siglos, y eso sólo se consigue por una fuerza interior inexplicable, por un magnetismo que lo transporta a través del tiempo y las personas. Gilgamesh y la escritura es un artículo de José Ángel García Landa sobre el poema de Gilgamesh, de alrededor de 5000 años de antigüedad: “De la piedra a la tablilla, de la tablilla a la edición académica, al libro del cual he extraído estos versos, y luego al e-book o a los videojuegos. Ahora dicen los arqueólogos que han encontrado los restos de Uruk. Ya estaban aquí, claro. ¿Está rescatado ya Gilgamesh para la historia? Ahora que ya existen múltiples ejemplares, ¿existirá hasta el fin de los tiempos? Sea como sea, mientras exista, y quizá exista más tiempo que la humanidad, seguirá hablando impasible de la eternidad de las piedras y de la escritura, y de lo transitorio de la vida humana.”