Miguel Otero escribe sobre los cientos de hispanos que a diario cruzan la frontera entre México y Estados Unidos: “Por ahora en el norte hay trabajo de sobra para los hispanos. Justo aquel trabajo que muchos estadounidenses ya no quieren hacer. Los hispanos trabajan en las cocinas, de camareros, en la construcción, en la limpieza, de niñeras, en los establecimientos de comida rápida, en la recogida de fruta y en las escuelas de los barrios marginales. Ocho dólares la hora por recoger tomates, 10 dólares la hora por trabajar en la construcción, siete dólares la hora por trabajar de lavaplatos. Los hispanos trabajan por poco dinero y, como son ilegales, no hay que pagarles seguro social, con lo cual los más beneficiados son los empresarios estadounidenses. «Por la llegada de inmigrantes los salarios de la construcción no han subido desde hace años», comenta Rolando, un salvadoreño que lleva en Austin (Texas) más de una década.
Es así, por culpa de la llegada de los inmigrantes ilegales: el obrero estadounidense que no tiene estudios gana hoy relativamente menos que hace diez años. Es por eso que los obreros nacionales que no han podido subir de escala social están furiosos. Es por eso que crece el racismo y aparecen personajes como los Minutemen [grupos civiles patrióticos].”
El muro que separa las dos Américas.