Ernesto Schoo: “En todo tiempo, los que ejercen el poder lo han escenificado como medio infalible de ostentación y atracción. Albert Speer no fue sólo el arquitecto de las utopías de Hitler, con su maqueta de la Berlín futura, destinada a capital del mundo durante mil años. Fue, sobre todo, el
régisseur, escenógrafo, iluminador y coreógrafo de las asambleas multitudinarias convocadas por el Führer para demostrar su poderío y convencer a los alemanes de su misión histórica. Alguien ha observado, no sin ironía, la semejanza entre las evoluciones marciales del ejército nazi en las concentraciones partidarias de Nuremberg, y las propuestas por el célebre coreógrafo y director de cine Busby Berkeley, ejecutadas por las coristas platinadas en las comedias musicales de Hollywood hacia la misma época:
La calle 42 o
Vampiresas de 1933. Coincidían en el gusto por los desplazamientos simétricos y en el tratamiento del espacio en escaleras y explanadas monumentales.”
La teatralidad y la política son inseparables.