Pedro Miguel: “Cuando el dueño o la dueña del apéndice resultan beneficiados o maldecidos con alguna investidura, el poderío de su músculo bucal se multiplica a niveles insospechados. Los sonidos articulados (con un poco de suerte o de esfuerzo) que emita un alcalde, un diputado, un maestro, un juez, un gerente, un ministro, un cantante, un director comercial, un rector o un presidente se amplifican en función del cargo, son retomados por los noticieros y los diarios y pueden ser determinantes para el futuro de decenas o millones de personas. Los altos funcionarios oficiales generan, mediante ciertos movimientos linguales, oleadas de entusiasmo colectivo, devaluaciones, soluciones duraderas y desastres perdurables. Con menos movimientos de lengua de los que toma a cualquier peatón recitar sus generales, distinguir entre limón y aguacate o llevar al ser amado al orgasmo, un dignatario puede conducir a su país a un conflicto de consecuencias duraderas. Los ejemplos más inmediatos son el enredo de lenguas en que están trenzados los presidentes Chávez y Fox, ese impresentable ministro del Interior francés que, al llamar chusma y gentuza no a los incendiarios del momento, sino al conjunto de los residentes de los barrios pobres de Francia, echó gasolina al fuego que consume a su país, las inagotables tonterías pronunciadas por Berlusconi o los bushismos y su papel protagónico en el increíble desgaste de autoridad que experimenta la Casa Blanca.”
La lengua