Que cierto conocimiento de las ciencias es necesario para participar en casi cualquier discusión pública de casi cualquiera de los problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades, lo sabemos. Que se hace algo para adquirir ese conocimiento, ya no lo sé. De hecho lo dudo, y más en las humanidades, que parece que están perdiendo el norte, la idea de cual es su objeto de estudio: lo humano. Francisco Fernández Buey ofrece una lista de lecturas (y razones para esas lecturas) que considera esenciales para que el humanista vaya entrando en el ámbito de la ciencia y pueda empezar a participar activamente en la intensa conversación que está teniendo lugar a nivel mundial. Esta es una de las entradas: “A repensar lo que habitualmente venimos llamando ‘alma’ y ‘conciencia’, base de sensibilidad moral de los humanos y objeto durante mucho tiempo de la atención exclusiva de la religión y de la filosofía, ayudan las reflexiones del recientemente fallecido Francis Crick, uno de los descubridores de la estructura del ADN sobre la estructura neuronal del cerebro, es decir, sobre aquello que Ramón y Cajal llamó ‘las misteriosas mariposas del alma’. Ayudan más aún si el ciudadano de este inicio de siglo lee a Crick en paralelo, o compara lo que él ha escrito a este respecto, con las obras del neurólogo Oliver Sacks, amante de la literatura, y en particular del Borges de Funes el memorioso. Y, aún más en general, a replantear el viejo problema filosófico de la relación mente-cuerpo, que tantas metáforas ha producido a lo largo de la historia de la humanidad, ayuda al humanista, más que cualquier otra cosa, el fascinante libro del físico Roger Penrose, La nueva mente del emperador.” Humanidades y tercera cultura.