La ópera es otra cosa. Su gran milagro es haber sobrevivido a un siglo de cambios radicales en la concepción del espectáculo y el gusto. Si es posible que todavía se llenen los teatros para asistir a una representación en la que los argumentos están obsoletos y pasados de moda y una bellísima joven está encarnada por una señora de 60 años y 150 kilos de peso, es sencillamente por la música, porque la música se sobrepuso al tiempo y a la escena y sigue erizando el vello. Agustí Fancelli da Cuatro claves líricas: “¿Hay voces como las de antes? Si usted ya anda metido en harina, contestará con un no indefectible y rotundo a esta pregunta. La estirpe de las/los Schwarzkopf, Callas, Tebaldi, Flagstadt, Nilsson, Victoria de los Ángeles, Björling, Di Stefano, Kraus, etcétera, ya periclitó. En realidad, hay voces y las seguirá habiendo. Pero de nuevo actúa aquí, recurrente, el motivo del ubi sunt. Si se lee alguna crítica del siglo XVIII se constatará cómo ya entonces se echaban en falta las grandes voces del XVII. La atracción profunda de la voz se basa de nuevo en una negación: en la posibilidad de que se quiebre irremediablemente, de que pierda su frescura primitiva, de que nunca más vuelva a ser la que fue, agigantada por la memoria.”