Con la muerte de Simon Wiesenthal parece acabarse una saga de justicieros promotores de una justicia internacional que dio sus frutos, a veces oscuros, pero que parece algo desleída. Léase sino a Luis Peraza Parga y su puesta al día de los problemas que tiene que afrontar la fiscal del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia: “Para la fiscal, existen pruebas irrefutables que demuestran que el general Gotovina, acusado de crímenes de guerra y contra la humanidad, ha encontrado refugio en un monasterio franciscano católico de Croacia. La figura del asilo en la iglesia católica, de carácter eminentemente medieval, se utiliza ahora para eludir la acción de la justicia internacional e incumple, cuando menos, una de las cláusulas de exclusión de la convención sobre el refugiado de Ginebra de 1951: autores de delitos contra la paz, la guerra y contra la humanidad o de actos contrarios a los principios y finalidades de Naciones Unidas.” Balcanes: Con la iglesia hemos topado.