El Tíbet, cuarenta años después, de
Ke Xiaogang, ha de ser leído con todas las reservas que merece la condición política de su autor —embajador de la República Popular China en la Argentina, pero cualquier político merece ser leído con reservas cuando
opina—. El artículo parece ser parte de una ofensiva propagandística general en la que China intenta integrarse en Occidente, y de ahí su interés: “Los hechos no se pueden ocultar y la justicia siempre triunfa. Se reconoce universalmente que el Tíbet es una parte del territorio chino. El desarrollo y el progreso de la sociedad tibetana son obvios para todos. Los esfuerzos de China por promover la modernización tibetana y combatir las actividades separatistas sintonizan con las tendencias históricas imperantes y con la voluntad popular y se justifican perfectamente. Todas las mentiras quedarán desmentidas por los hechos del desarrollo tibetano.”