El asunto del equilibrio entre lenguas mayoritarias y minoritarias es complejo, muy complejo. La evolución natural, la historia de las lenguas, nos dice que pasará lo que ha pasado hasta ahora: escasas lenguas comen territorio y se imponen a otras con menos hablantes hasta que llegan al cenit de su influencia y a partir de ahí se disgrega, bifurca y finalmente se multiplica en decenas de nuevas lenguas pequeñas que comenzarán a crecer con mayor o menor éxito hasta que una de ellas repita el destino de papá. La nuestra proviene de ese movimiento. El éxito, claro, depende en gran medida de maniobras políticas. Ahora se tiende, dicen, a la desaparición de las lenguas y la supervivencia de 4 ó 5 que dominen el mundo. No es nuevo, siempre ha sido así. Las lenguas francas son tan viejas como lo es la capacidad de habla del hombre. Es cierto que hoy el poder de los medios, la capacidad de llegar a todos los hogares independientemente de la distancia que los separa puede ser un elemento decisivo, pero dudo que el imperio lingüístico vaya más allá de los organismos oficiales.
Daniel Larriqueta hace un encendido elogio de la lengua española y llama a la unificación para extender el dominio:
La fuerza secreta del español.