Joan de Sagarra: ”¿Y qué hace el cronista en Trieste?, se preguntarán ustedes. Para mí, estos últimos días de mis vacaciones en Trieste son como visitar un viejo balneario o un viejo manicomio para prepararme a afrontar la rentrée barcelonesa. Una ciudad que ha sido austriaca, italiana, alemana, yugoslava, inglesa, para no volver a ser italiana hasta 1954, con una gran diversidad de lenguas y culturas, vamos, una ciudad que está de vuelta de muchas cosas, es el lugar ideal para prepararse para el gran debate barcelonés sobre la celebración del Onze de Setembre y otras bernardinas locales. ¿Que qué hago? Tomarme negronis en la terraza (¡102 mesas!) del Caffè degli Specchi, en la Piazza dell’Unità, mientras aguardo a que me arreglen la del Bauma. Desde donde, al atardecer, contemplo las impresionantes puestas de sol sobre la bahía. Y visito el cementerio católico, la tumba de mi viejo amigo y maestro Giorgio Strehler, triestino, al que le llevo una rosa blanca. Y el cementerio griego ortodoxo, la tumba de Paul Morand, académico y embajador de Francia, cuyas cenizas reposan junto a las de su esposa Elena, la princesa de Soutzo, nacida Chrissoveloni, celle qui fut, est et sera toujours son ange gardien, como reza en la tumba del escritor. A Morand le llevo una rosa roja. No fue un tipo del todo limpio el señor Morand. Pero me enseñó a viajar.”
Crónica triestina.