El sentido común dice que tanto despilfarro, tantas nuevas infraestructuras normalmente infrautilizadas, tal despliegue de medios ciudadanos —seguridad, voluntariado, reformas, nuevos viales— no pueden ser rentables: los Juegos Olímpicos parecen más un evento propagandístico que lucrativo. Ramón Pueyo analiza La economía de las Olimpiadas, casi siempre ruinosa al parecer, salvo para algunos pocos empresarios avispados: “La literatura académica disponible da la razón a The Economist y otros críticos de las Olimpiadas a cualquier precio; según Robert Baade, economista especializado en eventos deportivos, los comités organizadores suelen exagerar los efectos positivos de los Juegos Olímpicos; pretenden así asegurar los fondos públicos necesarios y convencer a la opinión pública. Lo pintan de color de rosa. Sucederá con Madrid. Baade advierte también que no está claro que los efectos económicos, a corto o largo plazo, de las Olimpiadas sean suficientes para cubrir los gigantescos costes. De hecho, podría producirse un efecto sustitución; el incremento de actividad económica en la ciudad anfitriona se produciría, como en el caso de Sydney, a costa de un descenso de actividad en otras ciudades del mismo país.”