Lo malo de todo esto que está pasando en Irak es la mala calidad de los actores. Todos sabemos que la política hoy, todas, es, en el mejor de los casos, un fino equilibrio entre administración y propaganda: no sé por qué demonios se ha llegado a la perversidad de tener que vender al electorado cada decisión que se toma en un Consejo de Ministros. Así, cada aparición o declaración pública de un miembro del Gobierno se convierte en un spot, en un escenario en el que todos los elementos están estudiados y el guión escrito y repasado. Pero si la dramaturgia política no tiene ya grandes actores, la Compañía de Bush es una mala agrupación estudiantil, de las que declaman a gritos desacompasados y al hombre disfrazado de mujer se le caen las tetas al suelo en mitad de la representación: “Y en Washington sí que debe de haber zapaterías. Pero ahí estaban esas botas que Bremer tuvo que calzarse después de haberse enfundado el traje —es la única forma—, esas botas que deben de ser un símbolo de algo bueno, a pesar de que únicamente desprenden el tufo de obra mala. Mientras, a su lado, Bush sonreía como sonreían los criados del rey desnudo. Como si no lo estuviera, como si llevara zapatos. No había duda de que el actor no estaba a medio vestir, sino vestido del todo. Eligió esas botas frente a todos los demás calzados posibles.”
David Álvarez,
Las botas.