Las mejores hamburguesas que he probado las hacía un tipo que apostaba su cocina ambulante cerca de mi casa, en México, las noches de fin de semana. Las segundas mejores, las hacían en una aldea llamada Cornudas, en medio del desierto de Texas. Pero la hamburguesa se ha convertido en símbolo de la “globalización gastronómica”. Será que dicen hamburguesa por no decir el nombre de un par de empresas muy capaces de demandar por difamación, o por no hacerles más publicidad. Pero estas hamburguesas de las que hablo no tienen nada que ver con la uniformización del mundo, son tan diferentes entre sí como un bocadillo de jamón y otro de anchoas. Esa uniformización es, sin duda, una nueva forma de pobreza. Pero contra ella, me parece más inteligente hacer que llorar. También ocurre que lo diferente, y muchas veces lo mejor, es difícil de encontrar o alcanzar. Es el problema siempre de la alta cultura. Aunque es verdad que nunca había habido tantos lectores, tanta gente al tanto de lo que ocurre en museos, salas de conciertos y buenos restaurantes; y siguen siendo minoría. Estoy divagando en torno a un artículo de
Josep Pernau más bien con la idea de echar a andar la conversación. Ustedes mismos dirán lo que piensan.
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