A mí tampoco me gustaba el pato Donald. Me irritaba: primero, y básicamente, porque no era capaz de captar ni una sóla de las palabras que decía. Segundo, por su irascibilidad y estupidez agria. Claro que mucho no me entusiasmaba ninguno de los personajes Disney, tan planos, tan redondeados, tan iguales siempre.
Rafael Marín: “Gracias a Donald, no obstante, aprendimos que el sueño americano tenía un reverso tenebroso (y es significativo que ahora tengamos que soportar a un señor de dudoso cariz democrático llamado Donald Rumsfield), capaz de pasar de la placidez a la manía homicida. Era un pelanas y, encima, se lo comían la envidia y todo tipo de malos sentimientos. Claro que su rival por el amor de la engreída Daisy era aún peor: qué no habría dado yo por venderle al restaurante chino que todavía no tenía debajo a ese pato metrosexual que es Narciso Bello.”
Donald Duck: dan ganas de echar el pato.