Nacho Escolar nos desvela algunas de las perversiones de la Sociedad General de Autores, asociación de funcionamiento predemocrático que, sin embargo, actúa como un orgnismo de carácter estatal y prescriptivo: “Aunque ese canon antipiratería lo pagamos todos los autores por igual, sólo unos pocos lo aprobaron. La democracia de la SGAE sólo permite votar a los que alcanzan un determinado nivel de ingresos y, además, reparte hasta cinco votos por persona dependiendo de cuánto dinero mueva cada autor. Más del 90% de los socios no alcanza el mínimo anual necesario para votar. Y entre los pocos que deciden, los votos no valen igual.” Y añade: “En la era digital, el coste de una copia tiende a cero. La distribución vale cero. El empaquetado no es necesario pues no hace falta ningún celofán para envolver los bits. La promoción cada vez es más barata y pronto se podrá sustituir por el boca a boca de Internet. Los costes de grabación se han reducido porque la creación musical ya es casi un arte tan democrático como la literatura: basta con un ordenador y talento.” De ahí tanto miedo. Cuando la SGAE despertó, la tecnología todavía estaba allí.