Siempre he creído que la calidad de vida de un pueblo se mide por el tiempo que pasen sentados en el váter: a más tiempo, mayor bienestar, siempre y cuando, claro, la razón no esté en el estreñimiento. Manuel Haj-Saleh comienza un Tractatus de la lectura en el baño (I), prometedor y necesario, pero del que difiero en dos cosas esenciales. La primera es en el punto de partida: evacuar es un placer por sí mismo y no debiera ser distraído con lectura ninguna; yo mismo he devorado y devoro libros y todo tipo de papel impreso en acto tan noble, pero sólo puedo verlo como un defecto, como una desviación. El otro punto en el que difiero es en el tipo de lecturas adecuadas desde el punto de vista de su soporte físico; él busca la excelencia, el formato ideal y que menos moleste; yo abogo por todo: la defecación se ha de acompañar con cualquier cosa legible, grande o pequeña, pesada o ligera, tabloides o libros de bolsillo. ¿Acaso hay lectura más adecuada a la efímera expulsión que un diccionario enciclopédico?