A mí, que quieren que les diga, me apetece ver la película esta que acaban de estrenar sobre desastres naturales y estas cosas. Seguro que estará bien hecha en lo que a efectos especiales se refiere y a mí me encantan todas esas tramas apocalípticas que sirven para dos cosas, a saber: para salir del cine pensando qué maravillosamente se presenta el suelo tan firme y el aire tan tranquilo, y para generar una inquietud amable, un
y sí inocente pero que ayuda a matener la tensión y mirar a tu espalda.
Rodrigo Fresán,
Los finales del mundo: “Lo que también significa que la criatura de Emmerich es muy idiota pero no por eso menos fascinante. Y enigma atendible: ¿por qué es que nos resulta tan atractivo el sentarnos en la oscuridad a ver cómo se acabó lo que se daba? Supongo que es algo inherente a la naturaleza humana: el mismo impulso que hace que un puñado de zombies se detenga en una esquina con la boca entreabierta y los ojos entornados a contemplar el paisaje del cuerpo de alguien que acaba de ser atropellado mientras se pregunta por qué será que los atropellados pierden siempre un zapato.”