Se lo cuento a la gente y me miran como si estuviera completamente loco, o como si padeciera alguna enfermedad que me hiciera regresar a la infancia. Lo que les cuento es que ir a votar siempre me hace ilusión. El domingo de elecciones me levanto temprano, me ducho, me visto, estoy de buen humor y le meto prisas a mi chica para salir de casa e ir al colegio electoral. ¡Me gusta ir a votar, qué quieren que les diga! Así, con mi ilusión infantil, ya quiero que sea 13 de junio, el día de las europeas. Por desgracia, poca gente se divierte tanto con sus obligaciones democráticas. Lo cuenta Fernando González Urbaneja: “Las elecciones del día 13 pueden marcar el punto más bajo de participación electoral de la reciente historia democrática. No es ilógico que así ocurra y no debería extrañar. Los votantes han pasado por demasiadas emociones a lo largo de los últimos doce meses (esta semana se ha cumplido un año de las tortuosas autonómicas y municipales) y tienen derecho al escepticismo. La percepción que de las europeas tienen los ciudadanos es descriptible, más bien baja. No eligen ni gobierno ni alcalde, los asientos de Estrasburgo se ven lejanos en la distancia y de los intereses del ciudadano.” El precio de un escaño europeo.